Rotos, como si nunca hubieran tenido forma. Desquebrajado y demolido cada vez que intentaba alzarse de nuevo. Humedades, huracanes, rachas de frío y calor. Cada vez que conseguía coger un poco de altura, poder ver más allá del suelo, aparecía algo nuevo que mentía queriendo ayudar y lo único que hacia era volverlo a derrumbar.
Y vuelta a empezar, a ver imposible una reconstrucción e, incluso, a asegurar la falta de piezas fundamentales. Tras un tiempo sin saber cómo se vuelve a funcionar, consigue alzarse, y empezar a juntar piezas. Piezas que después de tantas y tantas roturas, eran mas añicos que piezas. Pero una vez más buscaba encajarlas, como un puzzle de 1000 piezas.
Y tras 100 caídas y 99 reconstrucciones, tiró la toalla. Porque con escombros no se puede construir. porque con cenizas no hay fuegos que encender.
Pero llegó el momento, en el que el destino jugó, y encontró a otro montón de escombros. Otro que en su día fue uno de los mas hermosos de la ciudad. Y ambos, unidos en sus escombros, buscaron ayudarse mutuamente a volver a crecer. Porque ambos se lo merecían. Porque nadie mejor que ellos entendían que era ser destrozado una y otra vez. Ambos, mano a mano, pero con miedo a volver a tener al lobo disfrazado de oveja.
Hay personas realmente grandes que vienen en tamaño reducido, porque cuando hay rascacielos que caben en una pequeña caja de música.